4.4.11

Cartas a nadie. {Capítulo I}

Observó el papel escrito entre sus manos. No le acababa de gustar el resultado, pero ¿y eso que importaba? Nadie lo iba a ver. Lo leyó por décimo-tercera vez y sonrió. A la décima-tercera va la vencida. Se rió, en silencio, para que no lo escucharan, ante aquella improvisación del famoso dicho. No le quiso dar más vueltas a la única palabra que quería expresar en esa carta y antes de arrepentirse y romper la hoja, cogió una botella que había por ahí y metió la carta dentro. Miró a través del cristal esa hoja de papel ennegrecido por las letras. Debería empezar a escribir a mano, había quien decía que tenía una letra preciosa, y, precisamente, la suya y la de la máquina de escribir eran muy diferentes. Buscó un corcho para tapar la botella y al encontrarlo, se disponía a tirarla por la ventana cuando alguien tocó a la puerta. Escondió el mensaje por detrás suya y miró hacia esta con la esperanza de que no fuera quien se imaginaba.

- Isaac, llegas tarde a clase – Rose entró y cerró la puerta para que los curiosos guardias no oyeran nada. Se fijó en una pequeña parte de la botella que sobresalía -. ¿Sigues escribiendo esas cartas? No tienes remedio.

- ¿Qué hay de malo en eso? - siempre me decía lo mismo. Sí, se alegraba de que por lo menos alguien en esa maldita “escuela” fuera feliz, tuviera esperanza. Lo malo es que era demasiado negativa.

- ¿Te imaginas que hubiera ocurrido si hubiera sido la Supervisora? Te la cargabas – hizo una pausa. Yo me sentí a salvo y saqué mi “esperanza” -. En serio, Isaac, esas cartas no sirven de nada. Nadie las encuentra, y si las encontraran no podrían responderte ni ayudarte a salir de aquí. Es imposible, estás condenado.

- Tú siempre tan positiva – aproveché y tiré la carta por la ventana -. ¿Y qué? Quizás no las encuentre nadie, pero, ¿y si no es así? Tu haz lo que quieras, y yo haré lo que quiera, Rose.

- Allá tú. Luego cuando pasen los años, no me vengas a llorar a mí porque no te lleguen tus dichosas cartas “salvadoras”

Y salió por la puerta echa un furia. Los hombres la observaran y me dirigieron una mirada asesina. ¿Y cuándo no? Salí y me dirigí a clase. Ojalá la solución a todo nuestros problemas sería lanzar una botella y que alguien nos venga a salvar. Rose se equivocaba, él lo sabía, pero no sabía hasta que punto se estaba equivocando.


Ella caminaba por la playa con al manos cruzadas a la espalda. Ella con su pelo rubio suelto al aire, buscaba esa “esperanza” que tanto le gustaba. Esa por la que cada mañana bajaba a la playa. Y si no la encontraba por la mañana, iba a la tarde, y si no por la noche. Le llenaba de emoción encontrar esas botellas mensajeras entre la arena, escondidas por la marea. Luego, con alegría las abría el sacaba el trocito de papel de ese tal Isaac, y las leía, y se llamaba tonta a si misma. 'Y yo que me quejaba de mi vida... Isaac, no se como puedes vivir así' decía tumbada en la arena mirando al cielo. Y a veces se preocupaba, se echaba a llorar, porque ya dependía completamente de esas cartas. Cuando no las encontraba se asustaba, '¿y si las a encontrado alguien? ¿Y si las ha encontrado el Gobierno?' pensaba. Y cuando, horas después de haber llegado a la playa, distinguía el brillo del cristal, casi le da un infarto. Sí, definitivamente no podía vivir sin esos pensamientos.

Justo cuando había terminado de comer salió de casa. Sus padres ya le habían llamado la atención por esas escapadas a escondidas. Fue rápida para luego ir despacio. No se podía permitir el lujo de correr feliz en ese mundo, y no quería llamar la atención. Y por el camino a la playa y mientras la buscaba le asaltó esa gran alegría, pero que la a vez no le gustaba nada. Ella, que se había “enamorado” de ese chico, o más bien de sus palabras. Ella, que pensaba en la forma de estar con él, que le agradaba y a la vez le entristecía. Era demasiado pronto como para intentar entrar en esa especia de manicomio, sea como sea, o sea de la forma que ella pensaba.

Seguía caminando por la playa en la misma postura, mirando como las huella que dejaban su pies. Se empezaba a preocupar, como siempre. Se giró hacia el mar y vio aquella isla a lo lejos, lo suficientemente grande como para construir en ella ese gran edificio gris. Se apartó el pelo de la cara para observar el atardecer, pero entes miró a su lados y a atrás. Teóricamente, no se podía ver el atardecer y ser feliz. Y eso es exactamente lo que experimentó cuando se dirigió hacia el lugar donde había visto el vidrio. Felicidad. Nerviosa, quitó como pudo el taponcito de la botella y sacaba el papel a duras penas. Comenzó a leer.


Querido... nadie.

Como siempre, espero verdaderamente que no haya nadie leyendo esta carta, sería vergonzoso enviar una carta a alguien sin saber el nombre. Es más, sería estúpido enviar cartas sin destinatario, con la esperanza de que alguien las encuentre y las lea, y saber que no va a ocurrir. Si eres alguien, como siempre, que encuentra estas cartas y las lee, te doy todo el permiso del mundo para reírte de mí.

Ahora sí, la razón de esta carta es una simple palabra, que puede causar, para algunos, alegría, para otros, tristeza. Sí, hoy es mi cumpleaños. Cumplo 17, por si te interesa, y espero que sepas lo que eso significa: me queda solo un año para que tenga que hacer la prueba final. Si apruebo, no me libro, no. Ya te veía yo con la sonrisa en la cara (espero, ojalá, que seas chica por que si no... acabo de meter la pata) Tristemente, me llevan a esa cárcel. Al menos estaré con mis padres, y eso de por sí es algo. Si suspendo, bueno, nadie ha suspendido todavía, a si que no lo sé.

Ya sé la pregunta que siempre te haces, y harás, cada vez que lees mi cartas: ¿eres feliz? Sí, soy feliz, pero de una manera distinta. No me tengas pena, odio que me tengan pena, solo soy una persona normal y corriente, creativa, imaginativa. Ese tipo de personas que el Gobierno odia. No te creas que aquí, mis compañeros y yo, somos como almas en pena. No, no. Yo creo que me parezco más a ti que cualquier otra cosa. Lo que hice mal: desobedecer a mis padres cuando me dijeron que no diera muestras de ser feliz, de ser feliz de tener una familia, ser inteligente.

Debería terminar ya, pero no puedo, porque tengo el presentimiento de que alguien lee estas cartas, y siento que no debería terminar nunca, que podría estar horas y horas escribiendo con tal de que esa persona sonría. Ya sabes algo más de mí, y es algo que, prácticamente, no puedo hacer. Y es que me gusta escribir, ¿no lo has notado? Sí, estaba pensando justamente cuando repasaba esta carta en que debería escribir a mano, porque me dicen que mi letra es muy bonita. ¿Tú crees que debería? Bueno, a sí me conocerías mejor. Dicen que se puede saber como es una persona por su tipo de letra. Sí, debería probarlo. Tanto debería y luego no haga nada.

Y ya sí, termino esta carta. Créeme, yo, tanto como tú, deseo que esta carta siga, pero tengo que ir a clase. Y si no voy... mejor no te lo cuento. Sé feliz a escondidas, como nuestras cartas, guarda el secreto, ¿vale? Y no te preocupes, mañana enviaré otra carta, y pasado, y pasado... y siempre.


Isaac.


Apretujó la carta contra su pecho y sonrió con los ojos cerrados. Lo has conseguido, me has hecho sonreír, reír y preocuparme. Como me encantaría estar ahí contigo, y así no tendrías que escribir estas cartas, si no que me podrías hablar a mí, y yo podría escuchar tu voz.

- ¿Iris? ¿Otra vez con esas cartas? - Alice apareció detrás de ella.

- ¡Qué susto me has dado! Sí, ¿es que hay algún problema? - me volví y guardé la carta en mi bolsillo.

- Allá tú. Pero no quiero estar en tu lugar cuando el Gobierno se enteré.

Y se fue tal cual había venido. E Iris la siguió, tarareando 'feliz cumpleaños' y con un nombre en la cabeza: Isaac.

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