13.8.11

Perdona pero quiero casarme contigo {Parte II}


En otra parte de la ciudad, a las cinco de la tarde de ese frío día de Diciembre.

- Quiero que la lleves a la Torre Eiffel, ¿me has entendido? - Nathan habla apresurado por el teléfono. Tiene un traje en la mano y unos accesorios en la otra -. Honey, hazme caso, le encantará. Tú preocúpate por la excusa que le tendrás que contar para llevarla allí, que ya me ocupo yo de lo otro.

- Pero, ¿y la boda? ¿Tanto ajetro para nada? - se oye desde el otro lado de la línea.

- ¿Te crees que te voy a decir todo esto si no supiera lo que hago? - el otro lado iba a replicar, pero se adelanta -. Pero nada, Honey. Me dan igual esas supersticiones. Llevo tres meses sin sus besos, sin su amor, sin... ella. Por favor, por favor, por favor.

- Eres igual de pesado que mi hermana. Normal que seáis la pareja perfecta.

- Bueno, pero ¿lo harás?

- Sí, sí, pero no te prometo nada.

- No hace falta. Muchas gracias, de verdad, muchas gracias. Nos vemos en la puerta de tu casa.

Se dirige a la casa de su prometida cargado con su vestido y sus zapatos. Va agotado, con demasiado estrés, diría él. Pero se vería justificado por ver la cara de felicidad de ella. Con una sonrisa en la cara, marca un número de teléfono y empieza a contarle al dueño de un restaurante en la Torre Eiffel toda la historia. Por un momento se siente como el protagonista de Perdona pero quiero casarme contigo, pero recuerda que le está pasando a él, que es real y no un sueño precioso del que se olvidaría al despertar.

Antes de llegar, se acerca a la floristería favorita de su chica. Que raro suena cuando lo dice. Aunque pronto ya no sería su chica, si no su mujer. Eso suena aún más raro, teniendo en cuenta que tiene veinte años recién cumplidos. Se acuerda que fue con ella a ver Eclipse, la tercera película de una saga de vampiros. En ella, una chica humana se enamora de un vampiro y un hombre lobo, que resulta ser su mejor amigo. El vampiro le pide matrimonio cuando ella no cuenta todavía ni con los años de su novia.

Recuerda que Gin le dijo que ella no se casaría tan pronto, a menos de que fuera con él. Esto le ayudó a decidirse. ¿Qué chica te dice que no se quiere casar pronto, pero que contigo sería la excepción? La única excepción. Y le pidió matrimonio. También recuerda que ese mismo día de agosto, cuando ella llevaba ese precioso vestido, regalo de él, paseaban por el SoHo. Pasaron por delante de una librería y ella vio el libro de la película de vampiros. Entonces se acercó más a él y lo abrazó rodeando su cintura y su cabeza en el hombro y le dijo:

- ¿Sabes? Que se joda la chica vampiro esa, yo tengo un novio mucho más guapo.

Eso le hizo sonreír y saber que había hecho lo correcto eligiéndola a ella.

- ¿Qué, Nathan? ¿Preparado para la boda? - le dice el florista entregándole su ramo de rosas rojas.

- Más o menos, creo, señor Hans.

- Bah, eso se te pasa cuando estés junto al altar, al lado de la persona que quieres. Y si esa persona es Gin, bueno, en cuanto la veas sabrás que has hecho lo correcto. Bien, ¿qué le pongo?

A Nathan le duele ya la mandíbula de tanto sonreír, pero hace un favor y le cuenta al señor Hans lo que quiere poner en la tarjeta. Éste, cuando pone punto y final al mensaje, lo añade al ramo con cara de desconcierto. El chico le explica todo hasta que ve aparecer a Honey. El hombre le desea buena suerte y saluda a la chica, que hace lo mismo. Nathan se acerca a su futura cuñada. Cuando está a su lado, la saluda con dos besos y la carga con todo.

- ¿Estás seguro de que esto es todo? - pregunta sarcástica.

- Que graciosa, sí, es todo. La espero en la Torre Eiffel. No lleguéis tarde - le avisa antes de irse.

- Tranquilo, estará allí, quiera o no.

Nathan se da la vuelta al tiempo que Jane sale y la ayuda a llevar las cosas. Lo ve y él le desea buena suerte. La van a necesitar. Con lo cabezota que es Gin, necesitarían un tornado para hacerla salir de allí.

En esa casa, a las seis menos cuarto de ese frío día de Diciembre.


- ¡Qué no! - grita Gin intentando evadirse de Honey y Jane.

Las tres chicas son las únicas que quedan en la casa. Los demás se han ido, según Gin a la boda, en realidad, a otras casas familiares hasta que realmente empezara la boda. Honey y Jane habían subido y hablado con todos contándole la sorpresa de Nathan. Algunos habían coincidido en que era una estúpidez, pero las chicas los han convencido diciéndoles que era una romántica estupidez.

Cuando se fueron todos, entraron en el dormitorio de Gin y le entregaron el ramo de rosas, el vestido y los zapatos. Al leerlo, Gin no se pudo creer que fuera verdad y rompió a llorar.

'Hola, cariño.
Antes que nada, feliz cumpleaños, ya tienes unos preciosos veinte años, seguro que quien te viera pensaría que eres la flor de la juventud. Yo pienso que seguirás, no, que serás aún más guapa que la última vez que te vi. Lamentablemente, no puedo ir a la boda. Sí, sé que es NUESTRA boda, pero estoy lleno de trabajo. Al menos tengo la certeza de que Jane está ahí contigo, ella te explicará todo. Felicidades, princesa, felicidades. Seguro que estarías guapísima con el vestido de novia, pero no se puedo tener todo en la vida. Ah, no, espera, que yo ya lo tengo todo, porque mi todo eres tú.

Te he envíado este ramo de rosas, rojas como a ti te gustan. ¿Te acuerdas de aquel vestido que llevabas el día que te pedí matrimonio? Pues también te lo he envíado, y los mismos zapatos. Olvídate hoy de la boda, ya la celebrarémos, y sal a celebrar tu cumpleaños y a divertirte con estas dos locas. Sé que hace un poco de frío para que lleves ese vestido, por eso te he comprado el abrigo que te gustaba, aquel blanco con capucha que te probaste y que te llega hasta los muslos y te realza la figura. Póntelo y disfruta. Hazlo por mí, ¿vale?

Te quiero demasiado, Nathan.'

- Vamos, Gin, hazlo por él - dice Honey poniendo cara de cachorrito.

- ¡No pienso salir de aquí a menos que venga él! ¡Y si no viene nunca, pues no salga nunca!

Las dos chicas suspiran. Va a ser un trabajo difícil. Se miran y entienden que tienen que conseguirlo. Todo trabajo tiene su recompensa, y nada mejor que ver la cara de felicidad que se le quedará cuando lo vea. Honey se arrodilla delante de ella y Jane se sienta a su lado.

- Mira, Gin. No importa la boda, no importa que no esté aquí, es más, no importa que no esté aquí en tu cumpleaños, hoy es tu día y no tienes porque entristecerte por nada.
- ¡Joder! ¿Esto te parece nada? ¡Meses preparando la boda, ¿para qué?! ¡Para nada, para que todo se vaya a la mierda! ¡Joder, que no viene! ¿Lo entiendes? Lo único que quiero es verlo, solo eso.

Jane saca su móvil y busca algo durante un momento. Después le enseña la pantalla a Gin y sonríe. Ella también sonríe.

- ¿Ves? Está incluso más guapo. Y ahora que lo has visto, ¿quieres hacer el favor de ponerte ese vestido, de arreglarte y de salir de aquí? Y, joder, me has dejado sorda - dice masajeándose el oído.

Honey también sonríe y, mientras murmura el por qué no se le ha ocurrido a ella, le tiende el vestido y los zapatos a la comprometida. Esta los acepta a regañadientes.
 

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