19.1.12

Perdona pero quiero casarme contigo {Parte III}


En la Torre Eiffel, a las seis y cuarto de la tarde de ese frío día de Diciembre.

Un joven espera sentado a la mesa del mejor restaurante de París, situado en la mismísima Torre Eiffel, acompañado de la luz de las velas, a pesar de que aún quedaba alguna luz del día, y el piano que suena un poco distante, pero que se escucha perfectamente.

Nathan se empieza a impacientar. Debería haber llegado hace quince minutos. Pero claro, las chicas tardan mucho en arreglarse. A pesar de que Gin no es tan lenta para eso, le ha dado el vestido a Honey a las seis menos cuarto. Pero aún sí, ya debería estar allí. Acordó con Honey de que le avisaría con un mensaje cuando estuvieran al pie del monumento, pero aún espera ese mensaje.

Como si hubiera pasado una estrella fugaz y le hubiera concedido el deseo, un pitido se escucha. Con manos temblorosas, el chico coge el móvil y lee el mensaje. Ha llegado, ya está aquí. Tarda un segundo en asimilarlo y depués se esconde donde no puedan verle. Al cabo de un rato, las ve aparecer a las dos por el ascensor. Está realmente preciosa.

En la Torre Eiffel, a las seis y veinte de ese frío día de Diciembre.

- ¿Seguro que quieres comer aquí? - pregunta Gin.

- Sí, ¿por qué? - dice Honey que no puede aguantarse la sonrisa.

- No sé, lo veo muy sofisticado, y elegante, y romántico para celebrar un cumpleaños.

- Todo por mi hermana favorita - la abraza y se quedan unos minutos en silencio. Aprovecha que su hermana está observando el paisaje y mira hacia el lugar donde ha visto moverse algo. Será... si hubiera mirado ella. Entonces se dirige a su hermana -. Sí que tarda Jane. Voy a ver que pasa.

Gin no aparta la mirada de la bonita vista de París. Siempre le ha gustado la Torre Eiffel, a pesar de que tiene algo de vértigo. Cruza los brazos encima de la barandilla con un poco de miedo, pero sin saber lo que puede pasar a continuación.

Todavía es de día, pero no tardará en hacerse de noche. Se le escapan algunas lágrimas. No se puede creer que la haya dejado tirada, tanta promesa, tanta precipitación, tanto amor, para irse todo por la borda. Nathan le prometió que, cuando fuera a París, después de convertirse en marido y mujer, la llevaría a la Torre Eiffel y el cielo estrellado vería todo el amor que se tienen el uno al otro.

En la Torre Eiffel, a las seis y veinticinco de ese frío día de Diciembre.

No puede ser, está llorando. Nathan eres idiota, la has hecho llorar.

El chico sigue escondido detrás de una planta. Gin sigue sin darse cuenta de nada. Observa el horizonte, donde el atardecer va haciéndose dueño del cielo, dejando a la ciudad sumida en unos rayos dorados. Nathan piensa que está preciosa cuando la luz del sol ocultándose le perfila todo su cuerpo. No puede apartar los ojos de ella. Pronto va a ser suya, y todo el mundo se dará cuenta del verdadero amor que le tiene.

En la Torre Eiffel, poco importa ya la hora de ese día tan frío de Diciembre.

Gin, sé fuerte, es tu cumpleaños. Oh, vamos, no es el fin del mundo.

La chica se enjuaga las lágrimas que recorrían sus mejillas. No quiere que Honey y Jane la vean llorar. Están tardando demasiado, ¿dónde están? Malditas, anda que dejarme aquí sola, el día de mi cumpleaños. Y luego se quejan de Nathan. Nathan.

Gin no lo admite, pero le da miedo casarse. Recuerda que una vez le dijo a Nathan que ella no quería casarse tan pronto, pero que con él sería una excepción. La única excepción. ¿Cuando fue eso? Ah, sí, cuando fueron a ver la película de vampiros, aquella en la que una chica se enamora de un vampiro y su mejor amigo hombre lobo quiere impedirlo, pero no impide que el vampiro le pida matrimonio.

Después de dos semanas, Nathan le pidió matrimonio. Gin se alegró, y mucho, pero no creía estar preparada para eso, para casarse. Solo tiene veinte años, veinte años recién cumplidos. Como ha dicho en su mensaje, es la flor de la juventud. Le da miedo casarse y tener que decir que Nathan es su marido. Suena raro incluso al pensarlo.

En la Torre Eiffel, poco importa ya la hora de ese frío día de Diciembre.

Nathan no sabe si salir ahora o esperar algo más. Ha puesto el móvil en vibración para que no le descubran, y gracias a eso, ve el mensaje que le llega.

Es de Honey. Le pregunta si ya le ha dado la sorpresa. Nathan se guarda el móvil sin contestarle. Ha llegado la hora. Ahora o nunca. Aunque le cueste asumirlo, tiene miedo de casarse. Tiene solo veinte años, y le quedan otros muchos para disfrutar. Veinte años. ¿Y si no funciona? ¿Y si se ha acaba nada más empezar? El chico tiene dudas, demasiadas. Piensa que son las típicas que piensa uno antes de ver a la novia entrando por la puerta.

No sabe por qué, pero se levanta sin hacer ningún ruido. Está decidido, es su noche, su sorpresa y lo que más raro suena, su mujer.

Se acerca a ella lentamente y la agarra de la cintura. Se da cuenta de que tiene los ojos cerrados e intenta darse la vuelta, pero su novio lo impide.

- No, no te des la vuelta - dice cambiando la voz.

En la Torre Eiffel, a la espera de ese mágico momento de ese frío día de Diciembre.

Gin nota el tacto de unas manos sobre su cintura. Intenta volverse, con los ojos cerrados pero no lo consigue. Una voz, de chico, le dice que se esté quieta. Ella obedece, no sabe si por temor o porque ya le da igual lo que le pase.

Finalmente, abre los ojos. No se vuelve, permanece con sus manos apoyadas en la barandilla. Una brisa fresca se ha levantado y le acaricia la cara, intenta llevarse su cabello castaño. Le gusta esto, a pesar de que un desconocido intente conquistarla. Se siente como en esa película del barco en la que dos chicos se enamoran, ¿cómo se llamaba? Titanic, sí eso. Una sonrisa aparece en su cara, para a los pocos minutos volverse a ir. Si al menos estuviera con Nathan...

Se acuerda del extraño que tiene detrás y decide hablar, aún con sus manos, que ha metido debajo del abrigo y puesto sobre su vestido, rozando su cintura.

- Tengo novio ¿sabes?

- Y yo novia - contesta el chico -. Justamente nos vamos a casar.

En la Torre Eiffel, a la espera de ese mágico momento en ese frío día de Diciembre.

Nathan está disfrutando de la situación. Conoce a su novia y sabe que no se volverá hasta que él se lo pida. Lo mejor de todo es que puede contarle todo y no contarle nada. Se acerca más a ella. Casi puede oler su aroma a vainilla.

- Felicidades - dice Gin. La tristeza invade su voz, pero recupera la compostura -. ¿Cómo es?

La pregunta sorprende a Nathan. Sin duda, ha elegido bien. Su chica es fuerte.

- Muy guapa, no, guapísima, ¿qué digo? Preciosa - y compone una sonrisa.

- Tendrá suerte... ¿o me equivoco? - pregunta ella. Parece inquieta, nerviosa.

- Sí, muchísima. Pero no por estar conmigo, si no por ser ella misma - Nathan mira a Gin con aire soñador. Ella todavía no sospecha nada.

- Tendré que conocerla - al chico le encanta que cambie tan rápido de humor -. ¿Cómo te llamas?

- Nathan. Según mi novia es un nombre muy bonito, pero el suyo lo es más - intenta contenerse la risa.

- ¿Ah, sí? Mi novio también se llama Nathan. ¿Cómo se llama tu novia?

En la Torre Eiffel, esperando ese mágico momento de ese frío día de Diciembre.

Gin sigue mirando el horizonte, que por estos momentos solo presenta una parte del sol. El cabello sigue ondulando con el aire y el tal Nathan sigue con las manos en su cintura. Le ha sorprendido bastante que se llamara igual que él, por eso le ha preguntado el nombre de su novia.

El chico se acerca aún más a ella, tanto que sus cuerpos ya se tocan. Divertido por la reación que podría tener su novia, le aparta el pelo colocándoselo a un lado y acerca su boca a su oído. Se queda unos instantes así, esperando el momento justo para hablar. Le pide que cierre lo ojos y ella obedece.

Gin siente su aliento en la nuca. Tiene los ojos cerrados, se lo ha pedido él y con esa vana corazonada obedece. Se está poniendo nerviosa, no sabe lo que le va a decir, y el que este tan cerca la inquieta. ¿Dónde se habrán metido Honey y Jane? Aunque pensándolo bien, no quiere que aparezcan, no quiere que ese momento acabe, a pesar de todo lo que pueda ocurrir.

Cuando el sol se ha escondido por completo y el cielo empieza a oscurecerse, Nathan sabe que es el momento. Mira su reloj. Las sierte menos diez, tienen tiempo suficiente. Decidido, coge aire y le dice el nombre.

- Ginevra.

Gin abre los ojos de repente. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Ahora mismo, cuando el viento empieza a crecer y su melena vuela descontrolada, se siente impotente. Impotente e insegura. Puede que sea otra chica, puede que a él no lo conozca de nada. Ha sentido un cosquilleo en la oreja cuando ha escuchado el nombre, y está casi segura que siente la sonrisa del chico. Suspira y coge aire. Ahora o nunca. Se da la vuelta.

Nathan sonríe de oreja a oreja. Ha conseguido el impacto que quería. Deja que Gin se de la vuelta y le mire, pero en un rápido movimiento consigue cruzar sus manos encima de su espalda, impidiendo que se vaya. Le da un beso rápido en los labios y se separa para oír lo que ella tiene que decir. Sin embargo no dice nada. Nathan la mira con curiosidad.

- ¿Qué pasa ahora? - dice el chico.

- Eres idiota - se limita a decir al chica, enfurruñada.

- ¿Y...? Desahógate.

- Eres... ¡eres idiota, estúpido, sinverguenza, insensible, eres tú! ¡Arg, hombres! - suelta, intentando asirse del abrazo.

Espera a que Nathan conteste, pero se limita a sonreírle. Será... mira que hacerme pasar por todo esto y que ahora no me de explicaciones. Impaciente, le pregunta:

- ¿Y ahora qué? - seguía sin contestar -. ¿Quieres hacer el favor de contestarme?

Nathan piensa la respuesta, no sabe como decirlo. Le coge la cara entra las manos, como hizo cuando le pidió matrimonio, liberándola.

- Seré todo lo que tú quieras, cariño, pero ahora cásate conmigo - lo dice casi al tirón, y al final teme de que no lo haya entendido bien.

- Pero la boda...

- Olvídate de esa boda, tenemos otra mucho mejor, aquí y ahora.

- Espera, espera... ¿me acabas de decir que nos vamos a casar en la Torre Eiffel?

- Me ha costado un pastón, a si que espero que te guste - Gin alza una ceja -. Tranquila, todo lo hago por ti, y me da igual que te guste o no.

Y la besa, como aquel día de agosto en Central Park. La chica se lo corresponde. Cuando se separan, él le coge la mano y la lleva dentro del restaurante. Cuando pisan el interior, aparecen todos los invitados de la boda que se habían escondido en diversos lugares, esperando a que aparecieran los novios. Por la puerta entra un cura.

Gin no puede contener las lágrimas y empieza a llorar. Abraza a Nathan y se esconde en su pecho, escuchando su corazón, que late fuerte. Él también está nervioso, pero aún así mantiene la calma y le besa la cabeza. Gin se recupera casi al momento y sale ella también de su escondite. Abrazar a Nathan le ha ayudado ha pensar en todo y en nada.

Después de la boda en la Torre Eiffel.

- Nathan Joseph Williams, no sabes lo que me has hecho pasar - dice Gin tomando un sorbo de vino.

- Pero ha valido la pena por verte - sonríe.

Gin se levanta y va hacia la barandilla. Ya ha anochecido y ellos están solo en las afueras del restaurante. Nathan la sigue y coloca sus manos sobre las de su mujer. Todavía no se acostumbra a llamarla así. La chica se da la vuelta cuando roza sus manos.

- Marido y mujer... Es increíble - dice Gin mientras observa sus ojos azules.

- ¿Te arrepientes? - le pregunta Nathan.

- No.

Esta vez es ella la que le besa. Con pasión, con ternura. Ese día de Diciembre tan frío y tan triste como había amanecido se ha convertido en una noche mágica, de besos robados y sorpresas. Incluso empieza a nevar. Y esa luna llena, y ese cielo estrellado ve como la promesa que le hizo Nathan a Ginevra se ha cumplido.

FIN.

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