27.7.11

Perdona pero quiero casarme contigo {Parte I}


En alguna parte del mundo, ese día tan frío de Diciembre.

- ¡Feliz cumpleaños! - dice una chica con el cabello rubio recogido en un moño -. Hermanita, hoy va a ser un día especial.

Su hermana, con su melena castaña recorriéndole toda la espalda, solo asiente. No está completamente feliz, ni por su cumpleaños ni por el día tan especial que le espera. Está intentando no llorar, no puede, hoy no. Se muerde el labio inferior.

- Oh, vamos, Gin. Alegra esa cara - Honey le aparta un mechón. Ginevra niega con la cabeza y la agacha -. Ese sinverguenza de Nathan te prometió que vendría. Y vendrá, porque si no se va a arrepentir de hacerte llorar.

Gin sonríe. Una sonrisa un poco forzada, pero una sonrisa al fin y al cabo. Honey la ayuda a peinarse. Es steticien, de esas que hacen de todo, a si que la peinará y la maquillará. No tienes porque preocuparte le dijo, estás en buenas manos. Se lo aseguró millones de veces hasta que Gin por fin aceptó.

En otra parte del mundo, ese día igualmente frío de Diciembre.

Un chico joven, no más de veinte años tendría, busca desesperadamente su zapato izquierdo.
¿Por qué se perderán siempre los izquierdos? Joder, que no llego. Se sienta en el sofá de su ático a medio vestir. Se pone los dedos de las dos manos a ambos lados de la cabeza y se masajea las sienes, haciendo memoria. A ver, la última vez que me los puse fue para... aquella tarde, sí. De eso hace... mucho.

Un San Bernardo sale de su habitación con el zapato que estaba buscando. Se acerca a su dueño, se lo devuelve y deja que le rasquen la barbilla, algo que le encanta, incluso deja que le bese la nariz. Al fin, después de varias caricias, el perro se tumba en la alfombra del balcón a echarse la siesta.

El joven, ya con su zapato puesto, se dirige a la cocina, donde una mujer no mucho más joven que él le tiende una camisa y una chaqueta. Después le besa en la mejilla. Él no hace nada para evitarlo, pero hace una mueca.

- Estaré allí, te lo juro - cruza los dedos delante suya y se los besa. Él ni se inmuta -. En serio, te lo prometo, y si no estoy allí, puedes hacer lo que quieras conmigo.

La chica está a punto de ponerse de rodillas y suplicarle. Esto le hace sonreír y abrazarla, eso era lo que pretendía que dijera.

- Más te vale que su mejor amiga esté allí como dama de honor - coge la cafetera esperando que lo que acaba de decir tenga impacto, se sirve un poco de café y sale de la cocina.

- ¿Dónde te crees que vas? No me habías dicho que era su dama de honor - dice la chica frustrada mientras le sigue hacia el balcón donde Beethoven duerme. Coge el teléfono de camino. Empieza a marcar -. Pues mira que la llamo ahora mismo y le digo...

El chico le arrebata el inalámbrico y pulsa el botón de finalizar llamada.

- No la llames, es una sorpresa - al ver la expresión en la cara de su amiga añade -. Mira, Jane, ella cree que yo hoy no puedo ir hasta París, que faltaré a la boda y a su cumpleaños, pero es que quiero darle una sorpresa. Tengo que estar allí a las seis y son las nueve, y tengo muchas cosas que hacer.

- Nathan, lo que te voy a decir te lo digo de todo corazón, ¿vale? Pues que estás completamente loco... ¿¡Cómo es posible que le digas que no puedes ir a tu propia boda, en su cumpleaños?!

Llegados a este punto se pone las manos en la cabeza y cierra los ojos. Los vuelve a abrir y se dirige a su compañero.

- Mira, has lo que quieras. Pero no quiero tener nada que ver en esto - coge su chaqueta y sale de la casa -. ¡Estás loco! - grita cuando empieza a bajar las escaleras.

Sí, estoy loco, loco de amor por ella, por Gin. Se pone la chaqueta, coge su maleta, el billete de avión, su teléfono móvil y sale de la casa él también.

En París, a las tres y media de la tarde de ese día tan frío de Diciembre.

Desde la cocina se puede escuchar el murmullo incensante típico de un día de boda: dónde está esto, dónde está lo otro. Aunque la puerta de su habitación esta cerrada, puede oír todas las conversaciones y algún que otro anuncio de la televisión. Un pitido le levanta el ánimo. Su móvil, un mensaje. Lo abre con los ojos cerrados, pero nada.

Es otro mensaje de felicitación. Lleva toda la mañana recibiéndolos; algunos se acuerdan de su cumpleaños, otros de su boda y había otros que la felicitaban por las dos cosas. Incluso algunas de sus amigas decían que estaba loca por celebrar una boda el mismo día de su cumpleaños. Y ella contestaba que sí, que estaba loca, pero loca de amor por Nathan.

Deja el móvil a su lado, esperando una llamada, un mensaje, algo. Se lleva las manos a la cara. Se ha prometido no llorar, y no lo hará, no hasta que sepa de verdad que no viene, cuando sea el principio del fin.

Confiada en que nadie la escucharía se pone a gritar y, como había dicho, no la ha oído nadie. Están más preocupados en que por fin tenían algo que celebrar, la boda de Ginevra y Nathan, una boda precipitada según algunos. Se levanta al tiempo que suena Apologize de One Republic. ¡Una llamada! Coge su teléfono en el momento en el por el otro lado se oye el segundo pitido. Es número oculto, ella aún tiene la esperanza.

- ¿Diga? - dice casi en susurro, con una sonrisa en la cara.

- ¡Felicitaciones a la novia y cumpleañera! ¡Acaba de ganar una dama de honor y una mejor amiga gratis! ¡Abra la puerta si quiere recibir su premio!

Casi se le cae el móvil de las manos. Corre a abrir la puerta, y tiene suerte de que nadie las escuche gritar. Las dos amigas se abrazan y entran en el dormitorio de ella.

- ¿Tú también me quieres amargar la vida? ¡Creía que no vendrías!

- ¿También? Ah, el loco de Nathan. Que quieres que te diga, estamos atareados en el trabajo.

- Sí, ya, ¿tan atareado estará como para no poder venir a mi boda, o mejor dicho, a su propia boda?

- Dale tiempo, vendrá, si no yo misma iré a buscarle.

- Pero me dijo que no vendría, y tiene que venir, el mismo propuso la boda...

- Tranquila, yo he venido ¿no? Pues él también - le sonríe a su amiga y la vuelve a abrazar.

Se sientan las dos en la cama. Gin apoya la cabeza en el hombro de Jane y esta le acaricia el pelo. Está a punto de llorar; el que haya venido su mejor amiga, que vive precisamente con él, y que Nathan no llegue la desespera.

- ¿Sabes? Nunca pensé que te casarías antes que yo.

Ella tampoco lo pensaba hasta que Nathan, su querido Nathan, le pidió matrimonio hace unos meses atrás. Llevaban muy poco saliendo, pero aseguraban que el otro era el amor de su vida. Eran amigos de la infancia, de esos que están siempre ahí. Gracias a Jane, su mejor amiga, pasaron de ser solo amigos a algo más.

Compartían los mismos gustos. Antes vivían en Nueva York, a si que se iban los dos juntos en verano a Central Park, y bajo un árbol escuchaban música, cada uno con un auricular, y leían los mismos libros. Este verano les tocó leer Perdona pero quiero casarme contigo.

Un día de agosto, a punto de terminar el verano, quedaron en ese parque pero no para leer ni para escuchar música. Era un día inovidable, de esos en los que te gusta disfrutar del día todo lo que puedes, de los que te gustaría estar todo el día en la calle, incluso que te gustaría dormir bajo las estrellas. Gin iba muy guapa ese día, palabras de Nathan. Llevaba un vestido veraniego blanco con puntitos amarillos, regalo de su novio.

Ella no sabía para que quería que fuera allí, se suponía que hoy tendría la entrevista para trabajar en un famoso periódico. Cuando llegó, se lo encontró de rodillas debajo del árbol que los había visto besarse, amarse y entenderse. Gin abrió la boca para decir algo, pero Nathan se precipitó:

- Perdona pero quiero casarme contigo - y sacó un estuche de su bolsillo, lo abrió y le enseñó a su novia un anillo de compromiso, sencillo, con un pequeño diamante incrustado. Era el de su madre. La chica lo cogió y le dio vueltas entre sus dedos.

- Pues... yo... - balbuceó la chica. Él se levantó y le cogió la cara entre las manos. Ella tuvo que mirar a sus intensos ojos azules.

- Ginevra Blair Allison, te acabo de pedir que te cases conmigo - sonrió y la besó con ternura.
Nathan se separó de ella para dejarla hablar. Se mordía el labio inferior en un intento de no comerse las uñas. Había un cincuenta por ciento de posibilidades de que le dijera que no. Llevaban poco tiempo saliendo, pero se conocían de toda la vida. La chica, que había estado dándole vueltas al anillo de nuevo, levantó la cabeza, lo miró y sonrió.

- ¡Sí, sí y tres veces sí! ¡Claro que quiero casarme contigo! - y corrió a sus brazos.

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